Barenboim escribe: " El sonido no es independiente, no existe por sí mismo, sino que tiene una relación constante e inevitable con el silencio. En ese contexto la primera nota no representa el inicio: surge del silencio que lo precede. Si el sonido esta relacionado con el silencio, ¿de qué tipo de relación se trata? ¿El sonido domina al silencio o el silencio domina al sonido?...El último sonido no es el final de la música...Por eso es tan perturbador cuando un público entusiasta aplaude antes de que se haya apagado el último sonido, porque hay un último momento de expresividad que consiste precisamente en la relación entre el final del sonido y el inicio del silencio que le sigue. En ese aspecto la música es un espejo de la vida, porque los dos (sonido y silencio) empiezan y terminan en nada" ( del libro: El sonido es vida. El poder de la música. 2007)
Al leer este texto de Daniel Barenboim - gran músico de una tradición casi extinguida- me doy cuenta que eso es lo que tanto me asombra de la música y que no se reduce a la música. La música que habita en mi corazón entre latido y latido, a intervalos de algo que se presenta y algo que se extingue. Esta, no esta. Es, no es. Por eso, todo ser que se interesa por la duración- pienso- esta en condiciones de "entender" la música y no sólo "saber" de música. Entender la continuidad, la relación; el espacio vacio, tras la relación, tras la continuidad. ¿Indeterminación? ¿Determinación? ¡Esto es maravillosamente grande, qué alegría darse cuenta de ello!
Nuages Gris de Franz Liszt, 1881. Casi al final de su vida y siglo. Conciencia de todo esto que decimos arriba. Al piano, Krystian Zimerman.
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