I
Hace treinta años era un adolescente, un adolescente más de una ciudad que iniciaba tu expansión ilimitada; expansión que no fue sólo geográfica, sino, sobre todo, de mentalidades. De aquellos años, lo que más recuerdo en términos de mi formación cultural, era la presencia (omnipresencia, digamos) de los Estados Unidos y del mundo anglosajón en general. Presencia absoluta que moldeaba nuestros interiores ya conformados por la presencia occidental -en Lima- desde hacía varios siglos. Si lo pienso en términos fríos, tal presencia anglosajona en el imaginario mediático de la cultura urbana limeña no era buena ni mala, pues siempre hay poder cultural dominante en el mundo. Y si ese poder no era el de Estados Unidos, podría haber sido el poder de otra nación. Así, la presencia anglosajona y especial norteamericana en mi formación cultural, era gravitante. No porque yo lo decidiera, sino porque era el relato cultural dominante. Y la historia nos ha enseñado que eso es inevitable. El poder político, económico y militar de los imperios, también se expresa en el poder cultural; en la capacidad de reproducir sus imágenes del mundo de forma expansiva e intensa. De este modo, la alienación cultural como problema no existe. Pues todos somos, de algún modo, "alienados".
Como decía, hace treinta años era adolescente; un adolescente que veía vídeos musicales en la época en que MTV iniciaba su dominio integral y derivado por doquier. Y gracias a los vídeos de MTV que miraba en un canal -ahora inexistente- de la antigua frecuencia UHF, pude tomar contacto con varias de la culturas visuales de mediados de los años ochenta. Culturas visuales que eran derivadas de la diversidad de las subculturas musicales. Cada subgénero musical poseía su propia imagen. Y MTV era la vitrina de cada una de esas infinitas formas, donde música e imagen se fundían en una sólo entidad estética de algunos minutos de duración. Las otrora poderosas casas discográficas invertían mucho dinero en la producción de videoclips, potenciado las ventas de las unidades al infinito y fomentando giras inmensas e interminables por todo el mundo. Nos encontrábamos en el apogeo de una era de la historia de los medios a escala global. Es muy difícil que esa situación se vuelva a repetir por las características actuales del entorno sociocultural de la cosmopolis.
II
1984. Desde Lima el mundo me parecía inmenso. Era muy consciente que vivía en una "pequeña" ciudad de 5 millones de habitantes (esa era la población de Lima). Una ciudad grande en extensión, pero pequeña en sus vivencias y en su códigos de conducta moral, mucho más cercanos a la "moral homérica" que a la "ética cívica". Así, en esa ciudad pequeñita, gracias a los vídeos musicales, pude descubrir que una había un subgénero musical que se diferenciaba de los demás tanto por la música como por la presencia de sus ejecutantes. Y ese tipo de música se llamaba Heavy Metal.
III
1984. No sólo es el título de un libro distópico de Orwell, ni tan sólo el nombre de un álbum de Van Halen. 1984 es un año de hace tres décadas. El año en que el Heavy Metal llegó a ser el subgénero musical más aclamado del mundo entero (influenciado por la civilización anglosajona) y cuando sinónimo de escuchar "buena música", era escuchar Heavy Metal. Desde mi humilde espacio en la tierra, pensaba que lo que escuchábamos Heavy Metal éramos trillones de humanos y casi la totalidad de jóvenes costeños de clase media limeña. Situación que no era cierta, pero que a mi me tenía sin cuidado. Pues igual pensaba que "todos" escuchaban Heavy Metal y que a todos les gustaba el Heavy Metal.
IV
1984. No sólo los andes peruanos se llenaban de muertos gracias a las idiotas y asesinas huestes del camarada Gonzalo. No sólo la Guerra Fría la estaba ganando Estados Unidos cada día más a la Unión Soviética. Y no sólo el reaganomics se transformaba en el evangelio de la economía global. 1984, era el año del dominio del Heavy Metal. En ese año Iron Maiden publica Poweslave e inicia su gira más ambiciosa. Van Halen edita su disco más popular: 1984. Quiet Riot se consolida con Condition Critical y Autograph es extrañamente famoso con Turn Up The Radio. En 1984 Ratt debuta en lo alto con Out of the Cellar y Saxon trata de conquistar los Estados Unidos con Crussander. En 1984 Deep Purple regresa a la cima con Perfect Strangers y Whitesnake empieza su camino a la estratosfera con Slide It In. Y claro Def Leppard hace bailar a la tierra con Pyromania y Twisted Sister con Stay Hungry. 1984, millones de jóvenes mueven la cabeza de atrás hacia adelante e imaginan que la escoba es una Fender. 1984, las paredes se pueblan con graffiti con el nombre de bandas de Metal. 1984 se condensa lo anterior y lo inmediatamente posterior. ¿No fue Rock in Río I en enero de 1985? Rock en Río, la primera manifestación fuera de las murallas de occidente de gran rock y explosión inicial de Heavy Metal para muchos en Sudamérica.
V
2014. Décadas después veo That Metal Show en VH1. El público que celebra Eddie Trunk tiene más o menos mi edad. Se mencionan grupos, solistas, productores; discos entrañables, historias deliciosas que ojalá sean algún día parte de una buena película. Aun cuando estoy a la distancia, pienso que en Sudamérica hay muchos como yo que fueron formados en esa experiencia de la música popular. Y que a todos nos une una extraña hermandad: haber sido parte de un credo musical y al mismo tiempo mítico.
En la actualidad hay grupos musicales extraordinarios, pero el Heavy Metal es casi música marginal. No se si de nostálgicos, aunque pueda que lo sea. Pero no es lo que llegó a ser en su momento. Hoy hay otros sonidos, otras formas sonoras de ser jóvenes. Es claro que el Heavy Metal es música de mayores, de adultos. Hay distancias que empiezan a ser inevitables. Las distancias que se dan en el universo de los sonidos constituyen uno de esos abismos que diferencian a las generaciones humanas. Nunca pensé que una buena canción de Metal podría llegar a tener el mismo espacio que un bolero para otras generaciones. Increíble.
No hay comentarios:
Publicar un comentario