A los cristianos se les pide apertura hacia el mundo laico y secular. Se les exige tolerancia ante un mundo cada vez menos religioso. De igual modo, el secular, el laico, debería tener esa misma apertura ante el mundo de los creyentes. El ateo, el agnóstico, también está llamado a respetar al que cree sinceramente en su Dios.
Benedicto XVI sin duda es un Papa particularmente inteligente. Un hombre culto que está dirigiendo a una institución mastodónica en el incierto camino del siglo XXI. Donde incluso los mismos clérigos acusan una evidente falta de sensibilidad y cultura humanística fundamental. Y, como todo hombre culto, el Papa Ratzinger es particularmente sensible a la música. La gran música, tan importante en las cuatro grandes iglesias cristianas: la católica, la luterana, la anglicana y la ortodoxa. Pues no podemos entender muchas de las obras maestras sin la presencia del cristianismo como fundamento.
Deseo transcribir el breve un breve discurso de Benedicto XVI de 2010 sobre el "Requiem" de Mozart.
Queridos amigos:
Doy las gracias de
corazón a la Orquesta de Padua y del Véneto y al coro "Academia
de la voz" de Turín, dirigidos por el maestro Claudio Desderi,
y a los cuatro solistas por habernos ofrecido este momento de alegría
interior y de reflexión espiritual con una intensa interpretación
del Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart. Junto a ellos, doy las
gracias a monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, secretario de la
Academia Pontificia de las Ciencias, por las palabras que me ha
dirigido, así como a las instituciones que han contribuido a la
organización de este acontecimiento. Sabemos bien que Mozart, cuando
era muy joven, en sus viajes por Italia con su padre, se detuvo en
varias regiones, entre las cuales se encontraban también el Piamonte
y el Véneto, pero sobre todo sabemos que pudo aprender de la viva
actividad musical italiana, caracterizada por compositores como
Hasse, Sammartini, Padre Martini, Piccinni, Jommelli, Paisiello,
Cimarosa, por citar a algunos de ellos.
Permitidme, sin embargo,
que exprese una vez más el afecto particular que me une, podría
decir desde siempre, a este sumo músico. Cada vez que escucho su
música no puedo dejar de volver con la memoria a mi iglesia
parroquial, donde cuando era un muchacho, en los días de fiesta,
resonaba una de sus "misas": en el corazón sentía que me
alcanzaba un rayo de la belleza del Cielo , y esta sensación sigo
experimentándola también hoy cada vez, escuchando esta gran
meditación, dramática y serena, sobre la muerte. En Mozart, todo
está en perfecta armonía, cada nota, cada frase musical; es así y
no podría ser de otra manera; incluso los opuestos quedan
reconciliados es la mozart'sche Heiterkeit, la "serenidad
mozartiana" todo lo envuelve, en cada momento. Es un don de la
Gracia de Dios, pero es también el fruto de la fe viva de Mozart
que, especialmente en la música sacra, logra reflejar la respuesta
luminosa del Amor divino, que da esperanza, incluso cuando la vida
humana es lacerada por el sufrimiento y la muerte.
En su última carta
escrita al padre moribundo, fechada el 4 de abril de 1787, escribe
hablando precisamente de la etapa final de la vida sobre la tierra:
"...¡desde hace algún año he alcanzado tanta familiaridad con
esta amiga sincera y sumamente querida del hombre, [la muerte], que
su imagen ya no sólo no tiene nada de aterrador, sino que me parece
incluso muy tranquilizante y consoladora! Y doy gracias a mi Dios por
haberme concedido la suerte de tener la oportunidad de reconocer en
ella la clave de nuestra felicidad. No me acuesto nunca sin pensar
que al día siguiente quizá ya no estaré. Y sin embargo nadie que
me conozca podrá decir que en compañía yo sea triste o de mal
humor. Y por esta suerte doy las gracias cada día a mi Creador y lo
deseo de todo corazón a cada uno de mis semejantes".
Este escrito manifiesta
una fe profunda y sencilla, que aparece también en la gran oración
del Réquiem, y nos lleva, al mismo tiempo, a amar intensamente las
vicisitudes de la vida terrena como dones de Dios y a elevarnos por
encima de ellas, contemplando serenamente la muerte como una "llave"
para atravesar la puerta hacia la felicidad.
El Réquiem de Mozart es
una elevada expresión de fe, que reconoce el carácter trágico de
la existencia humana y que no oculta sus aspectos dramáticos, y por
este motivo es una expresión de fe propiamente cristiana, consciente
de que toda la vida del hombre está iluminada por el amor de Dios.
Gracias una vez más a todos.
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