Esa música es antigua. Tiene tres siglos y algo más. Se reconoce con facilidad en el diálogo a dos voces melódicas, dentro del sabio modo del contrapunto. Dos violines, un Stradivarius y una Guarnieri. De alguna manera, cada melodía es el espejo de la otra. Aunque la primera lleva un tiempo más sobre la faz de la tierra, la segunda siempre lo alcanza, en una contemplación segura y serena de lo que se es y se hace. Dos formas que se enlazan haciendo que todo lo real resplandezca en su magnitud y profundidad, tanto las abstracciones como los objetos singulares.
Esa música es antigua. Tiene tres siglos y algo más. Y es la música que devela el misterio del amor en su dimensión exacta. Pues el amor, hijo de la belleza, es equilibrio preciso de formas que se entrecruzan sin ahogarse. Ambas melodías saben a dónde dirigirse con sólo tomar en cuenta las señales del crecer juntos y del creer juntos. Un contrapunto amoroso que no requiere palabras, que transcurre en el tiempo y esta libre de los caprichos, de los prejuicios, de las sentencias morales altisonantes. Un contrapunto amoroso que sabe a dónde se dirige la escala dramática y trágica. Y que también sabe que el equilibrio reflejado es condición de libertad, libertad que sabe controlar su propio tiempo.
Esa música es antigua. Ahora tiene tres siglos y algo más. Pero tendrá siglos ilimitados. Será, a pesar del tiempo, un eterno presente. No muere, pues lo que la belleza creó nunca más morirá. Y todo ello se entiende por ti, Johan Sebastian Bach. Tu, que en algún lugar de lo invisible, sigues creando el diálogo amoroso entre dos melodías, dos vidas, dos tiempos que se entrelazan. Al modo del contrapunto.
Largo ma non tanto. Concierto para dos violines en re menor BWV 1043 de J. S. Bach
No hay comentarios:
Publicar un comentario