Después de la palabra, habita el misterio del sonido. El sonido que nace de la nada, conmueve, y vuelve a la nada después de perturbarnos y alterar nuestra percepción integral de lo real.
Recuerdo el tiempo en que la palabra se unía a la música. La música y la palabra eran lo mismo. De ahí que el artesano sabía cómo dulcificar el verbo con la belleza melódica. Así la Vita Nova de Dante se eleva. Y Bach en los evangelios cercanos al salvador del mundo.
Intenso es el fluir de la palabra y la música. Ambas se reconcilian en una aria, en verso que se canta. Ahí las arias de Haendel, esplendor de la belleza aérea. Intocable como la urna de Keats. Haendel nos ilumina en extremo.
Asimismo, la palabra y la música en dialogo profundo en la Resurrección de Mahler. Todo llega a resucitar, la recreación termina siendo el proyecto estético por excelencia. Teología en verbo: resucitarás, si, resucitarás.
Nada puede contra la fuerza de esa unión. La unión de la luz y el dolor. Las luces de la palabra, las luces del sonido. Y el dolor de ambas. Vivaldi, Mozart y Beethoven nos conducen en esas luces y sombras.
Amor. Esa es la palabra final. Pero es el inicio. El inicio de todo lo que ha resplandecer. La esperanza, eso es el amor. No sólo del sentimiento. También de lo moral. Entrega, pero para ser y crecer. Asi es Brahms. Generoso en hacernos mejores hombres y mujeres. Brahms es el amor en toda su extensión.
Bella aria. Palabra y música. Elevación total en la celebración del origen del arte del sonido
1 comentario:
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