Música Principia

“Nacido con un alma normal, le pedí otra a la música: fue el comienzo de desastres maravillosos...”. E. M. Cioran, Silogismos de la amargura.

"Por la música, misteriosa forma del tiempo". Borges, El otro poema de los dones.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Sonidos de triste belleza


Paisaje con invierno. Gaspar David Friedrich, 1811.

El triunfo de la música radica, entre otras cosas, en que mueve y conmueve al alma. No sólo porque advertimos en ella un lenguaje que, en casos superiores, es capaz de rivalizar con la filosofía en tanto cohesión argumentativa y armonía teórica. La gran música es profundamente lógica, basta cualquier contrapunto de Bach o el tratamiento melódico-armónico de Mozart para demostrar lo que estamos afirmando. Por ello, toda gran filosofía es música y toda gran música es filosofía. Descartes y Bach caminan por vías paralelas.

Pero el triunfo de la música, al menos triunfo masivo de la misma, no estriba en la complejidad temeraria que muchas veces alcanza. El melómano común, el oyente apasionado, obvia en gran medida el tratamiento formal y se queda en la mera sensación y la evocación subjetiva que la música provoca. 

Desde siempre el teórico de la música ha advertido sobre el carácter conmovedor de la "misteriosa forma del tiempo". El mito y la poesía han dejado constancia de la dimensión apelativa del lenguaje musical. La música provoca; provoca cambios de humor, profundiza en nuestras sensaciones y pasiones. La  alegría puede ser potenciada a grado superior y la tristeza se profundiza a abismos insoslayables. Todos podemos dar fe de eso.¿Qué composiciones me inducen a pensar de modo humano en mi propia tristeza? De modo humano, pues el ser humano gracias a su diferencia específica es capaz de profundizar en todo, también en su propia tristeza.

Recuerdo la primera vez que escuché el célebre "adagio" de Albinoni, que realmente no es de Albinoni, sino que Remo Giazotto, musicólogo italiano del siglo XX, elaboró a partir de un movimiento lento de una composición para cuerdas y bajo continuo de Tomasso Albinoni, compositor barroco. Aquel célebre "adagio para cuerdas y órgano, lo escuché, como muchos, como fondo musical de El Proceso de Orson Welles, la película basada en la novela homónima de Kafka. Pienso en el impacto de esta composición en un contexto particularmente triste. Lima a mediados de los años ochenta era una ciudad sitiada por el terrorismo, la hiperinflación, la indigencia generalizada, los apagones, los cortes de agua y la sensación paranoica que cualquier día podíamos morir despedazados gracias a un "coche-bomba". Además, en casa, las estrecheces eran más que evidentes.  Así, el "adagio de Albinoni", se convirtió en la banda sonora de gran parte de mi tristeza juvenil, tristeza que se proyectada a las tinieblas diarias,  a la falta de dinero, a la ausencia de esperanza. Ese "adagio" fue causante de tristezas que hoy en día recuerdo con perturbada serenidad y resignación. 



Otra composición que asocio a la tristeza es la Pavana para una infanta difunta de Maurice Ravel, cuya versión original era para piano y que el mismo Ravel orquestó en 1910. La Pavana de Ravel mueve mis temores más profundos, ligados a la muerte de lo que más amo. Tanto es el temor que me es imposible nombrarlo o escribirlo. Ustedes, como lectores inteligentes, sabrán a qué me puedo referir. La muerte de lo más amado, inconcebible y perturbador. 



También de Ravel, el adagio assai del concierto para piano en sol, ha sido otra de las composiciones en que la tristeza adquiere dimensiones muy personales. Nuevamente la sensación de pérdida, asociada a la ausencia inevitable. Como si fuese capaz de oler a la muerte, quizás mi propia muerte. Por momentos me angustia, pero por otro lado, logra generar en mi algo singular, donde el dolor y la transfiguración se unen. Una bella tristeza. Qué curioso.



1989. Un día de invierno. Todo esta consumado. Sólo camino. Quisiera ir a algún lugar y no tengo idea hacia dónde. Pésimos días universitarios. ¿Sirvo? Hace mucho frío, la humedad llega hasta los huesos. Pero recuerdo el Poco Allegretto de la Tercera Sinfonía en fa mayor Op 90 de Brahms y de pronto me siento consolado. Llego a una discotienda, no tengo dinero, pero logro escuchar el tercer movimiento de esta maravilla brahmsiana en el pequeño cuarto de audición. Estoy triste, pero consolado por una belleza que no me libera pero que me compadece. El milagro Brahms. 



Todas las pérdidas adquieren sentido una vez se entiende la vida de Tchaicovsky. Y me imagino la vez que el gran compositor ruso vio a su madre por última vez, cuando él tenía 10 años. Y el tren partía y la madre se alejaba haciendo adiós mientras el pequeño Piort corría detrás angustiado. Al final, la locomotora se perdía en el campo infinitamente blanco de la nieve. Trágico. Pero fue el detonante de un instante glorioso de la música. Andante cantabile cun alcuna licenza de la Quinta sinfonía en re menor Op 64





Seguiría, pero es tarde. Y la tristeza se ha disipado por la misma música....continuará.

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