V
Sonoridad desnuda. Un solo de clarinete se eleva hasta perderse en lo indescifrable de este amanecer. Recto y ascendente, sin caprichos barrocos, difuerzos románticos ni ligerezas modernas, ha de durar lo que el espacio y el tiempo, categorías dogmáticas, le permitan. En el hipotético límite alcanzado, a la mayor altura posible, el solo inicia su descenso, pero en recta pendiente, como una línea precisa que sabe a dónde dirigirse. Antes de rozar el espacio terrestre, un soporte de cuerdas le aguarda cuidadoso, sosteniéndolo en calmo equilibrio, sin contrapuntos, como en el encuentro más feliz del cuerpo con el alma.
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