Salmo I
(Ex 33,20)
Señor, Señor, ¿por qué concientes
que te nieguen los ateos?
¿Por qué, Señor, no te nos muestras
sin velos, sin engaños?
¿Por qué, Señor, nos dejas en la duda,
duda de muerte?
¿Por qué te encondes?
¿Por qué encendiste en nuestro pecho el ansia
de conocerte,
el ansia de que existas,
para velarte así a nuestras miradas?
¿Dónde estás, mi Señor; acaso existes?
¿Eres creación de mi congoja,
o lo soy tuya?
¿Por qué, Señor, nos dejas
vagar sin rumbo
buscando nuestro objeto?
¿Por qué hiciste la vida?
¿Qué significa todo, qué sentido
tienen los seres?
¿Cómo del poso eterno de las lágrimas,
del mar de las angustias,
de la herencia de penas y tormentos
no has despertado?
Señor, ¿por qué no existes?
¿Dónde te escondes?
Te buscamos y te hurtas,
te llamamos y callas,
te queremos y Tu, Señor, no quieres
decir: !Vedme, hijos mios!
Una señal, Señor, una tan sólo,
una que acabe
con todos los ateos de la tierra;
una que dé sentido
a esta sombría vida que arrastramos.
!Qué hay más allá,Señor, de nuestras vidas?
Si Tú, Señor, existes,
!dí por qué y para qué, dí tu sentido!
!Dí por qué todo!
¿No pudo bien no haber habido nada,
ni Tú, ni mundo?
Di el porqué del porqué, !Dios de silencio!
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