Brahms con Joachim en 1855 |
Desde hace varios años hemos dejando constancia de nuestra infinita admiración por Johannes Brahms (1833-1897). Es, sin duda, uno de los más grandes compositores de la historia de la música. Y, posiblemente, el mayor compositor de música de cámara.
En 1890, Arthur Bell, crítico musical norteamericano, publicó extractos de un diálogo entre el célebre violinista húngaro Joseph Joachin, el gran Brahms y mismo Arthur Bell. La conversación fue publicada en el libro de Bell "Los Grandes Compositores". Quizás muchos de ustedes ya han leído esta entrevista. Muchos no lo han hecho y se presenta como una oportunidad de conocer el universo creativo del gran Brahms. Para este efecto tomamos la información que fue publicada en la Revista
Pauta/ Vol. XVI #62/ Abril-Junio de 1997, con traducción, adaptación y notas de Guillermo Sheridan.
Entrevista a Johannes Brahms
El crítico norteamericano Arthur
M. Abell urdió en 1890 la redacción de un libro en el que trataría de entender
y explicar los misteriosos mecanismos de la inspiración musical. Con ese objeto
viajó a Europa, donde entrevistó a Brahms, Puccini, Strauss, Humperdinck, Bruch
y Grieg. Al final de la entrevista que le concedió a fines del otoño de 1896,
Brahms puso como condición que sus palabras no fuesen reproducidas sino
transcurridos cincuenta años desde su muerte. La entrevista, lograda gracias a
los oficios de Joseph Joachim, el gran violinista para quien Brahms escribió su
concierto, abre el volumen, Talks with Great Composers que Abell publicó en
1955 poco antes de morir- a pesar de que los cincuenta años se habían cumplido
en 1947-, cuando calculó que se iniciaba una época de paz que se merecía el
testimonio de esos compositores.
La entrevista con Brahms, que en
realidad es una charla con Joseph Joachim, se extiende a lo largo de ochenta
páginas. Como suele suceder en los iluminados, tiende a ser repetitiva. He
seleccionado, pues, algunos momentos que me parece representan el pensamiento
final de Brahms, y los he ordenado de modo que se pueda leer sin mayores
interrupciones. Quien desee leerla completa, puede encontrarla en la edición
moderna del libro, publicada por Citadel Press de Nueva York en 1994. Los
párrafos en cursivas son de Abell
Johannes Brahms: Joseph, no he
olvidado que usted y Clara Schumann me hicieron varias veces la misma pregunta
con la que el señor Abell llega cuatro años importunándome. Usted sabe que
siempre me he negado a revelar mi experiencia interior al componer. Es un tema
que me provoca fuertes reticencias, pero desde la muerte de Clara en mayo
pasado, he comenzado a ver las cosas desde otra perspectiva. Es más, siento que
el fin de mi existencia terrena se aproxima. Después de todo, puede resultarle
de interés a la posteridad saber cómo habla el Espíritu cuando su creatividad
me toca. Por tanto, le revelaré mis procesos intelectuales, psíquicos y
espirituales al componer. Pues bien: Beethoven declaró que sus ideas le venían
de Dios, y yo puedo decir lo mismo. Eso es todo. Ahora,
¿usted cree que valga la pena
hacer un libro sobre eso?
Joseph Joachim: Esa es una
pregunta extraña, Johannes: hace cuarenta y tres años, cuando usted tenía
apenas veinte de edad, Schumann lo saludó como al nuevo Mesías musical. En 1888
Hans von Bülow lo comparó con Bach y Beethoven. A través de su espíritu vibran
armonías celestes; deja usted a la humanidad una herencia sumamente valiosa, y
el mundo se enriquecerá si usted se explaya sobre la forma en la que el
Espíritu lo toca cuando usted compone.
J.B.: Es sei denn! Beethoven
siempre fue mi guía. Las pocas palabras suyas que conservamos, en el sentido de
que el Creador lo inspiraba, han sido un apoyo incalculable para mí. Bach y
Mozart son también grandes fuentes de inspiración, pero el atractivo de
Beethoven es más universal. Joseph, cuéntale al señor Abell la historia de
Schuppanzigh.
J.J.: Contaba Gruenberg, un viejo
violinista que tocó muchos años con Beethoven, que durante el ensayo de una
nueva obra, Schuppanzigh se quejó con Beethoven de que cierto pasaje estaba tan
mal escrito para la mano izquierda que resultaba imposible de ejecutar.
Entonces le gritó Beethoven: “!Cuando escribí ese pasaje estaba consciente de
hallarme bajo la inspiración del Señor Todopoderoso!
¿Cree usted que voy a tener
tiempo de pensar en su estúpido violincito cuando Él me está hablando?”
J.B.: Cada vez que cuenta usted
esa historia me siento profundamente emocionado. Cuando mi concierto para
violín, la comunidad musical se levantó en armas y le pronosticaron el olvido:
¡El concierto de Brahms no es para violín, sino contra el violín! Beethoven le
dijo a Bettina von Armin en 1810: “Sé que Dios está más cerca de mí que de
otros músicos. Yo hablo con Él sin miedo.”
Arthur Abell: Doctor Brahms,
¿cómo se relaciona usted con el Creador? La mayor parte de los hombres lo
encuentra más bien indiferente…
J.B.: Esa es la gran pregunta. No
es sólo cosa de la voluntad operando a través de la mente consciente, que es
sólo un producto evolucionario del ámbito físico y que muere con el cuerpo. Es
algo que se alcanza con los recursos interiores del alma, el verdadero ego que
sobrevive a la muerte. Esos poderes duermen en la mente a menos que sean
iluminados por el Espíritu. Jesús nos enseñó que Dios es Espíritu y dijo: Yo y
mi Padre somos uno (San Juan 10,30). Advertir que somos uno con el Creador,
como lo hizo Beethoven, es una experiencia maravillosa y deslumbrante. Muy
pocos humanos llegan a darse cuenta de que esa es la razón por la cual existen
tan pocos compositores, o genios creativos en la disciplina que sea. Pienso
invariablemente en esto antes de componer. Ese es el primer paso. Cuando siento
la urgencia comienzo por apelar a mi Creador y le hago las tres preguntas
relevantes sobre nuestra vida en este mundo: ¿woher, warum, wohin (de dónde,
por qué, hacia dónde)? De inmediato percibo vibraciones que emocionan todo mi
ser. Es el Espíritu que ilumina el poder de mi alma, y en ese estado de
exaltación veo claramente lo que hay de oscuro en mis ánimos cotidianos; luego
me siento capaz de recibir inspiración de lo alto, como Beethoven. Sobre todo,
me doy cuenta en ese momento de la enorme significación de la suprema
revelación de Jesús: Yo y mi Padre somos uno. Esas vibraciones adoptan la forma
de diversas imágenes mentales una vez que he formulado mi deseo y he resuelto
lo que necesito: ser inspirado para componer algo que eleve y beneficie a la
humanidad, algo de valor permanente. De inmediato, las ideas fluyen a través de
mí, directamente de Dios, y no sólo miro diferentes temas en el ojo de mi
mente, sino que vienen ya vestidas con el ropaje adecuado, con armonías y hasta
orquestación. Medida por medida, el producto terminado se me ha revelado cuando
me encuentro en esos extraños, inspirados momentos, tal como a Tartini cuando
compuso la Sonata
del Diablo, su gran obra. Tengo que hallarme en un estado casi de trance para
lograr esos resultados, una condición que sucede cuando la mente consciente se
encuentra postergada y el subconsciente está a cargo, pues es por medio del
subconsciente, a su vez parte del Todopoderoso, por donde llega la inspiración.
Tengo que andarme con cuidado, no obstante, para no perder la conciencia, pues
de suceder eso las ideas desaparecen. Así escribía Mozart. Una vez le
preguntaron cómo componía y Mozart contestó: Es como un sueño vivo. Luego
describió cómo las ideas le llovían encima, ya vestidas de su ropaje musical,
como me sucede a mí. Por supuesto que el compositor requiere de una maestría
técnica –forma, teoría, armonía, contrapunto, instrumentación-, pero eso no es
difícil para cualquier persona con un poco de disciplina. Si bien debo aclarar
que para adquirir la maestría sobre una gran orquesta, como la que tiene mi
joven amigo Richard Strauss, se necesita de una habilidad excepcional. Fíjense
en lo que les digo: Strauss llegará lejos. El Espíritu es la luz del alma. El
Espíritu es universal. El Espíritu es la energía creativa del cosmos. El alma
del hombre no está al tanto de sus poderes hasta que lo ilumina es Espíritu. De
ahí que, para evolucionar y crecer, el hombre deba aprender cómo utilizar las
fuerzas de su alma. Todos los genios creativos aprenden a hacerlo, si bien no
todos se encuentran conscientes del proceso.
J.J.: Siempre me ha parecido que
el término “subconciencia” (Unterbewustein) es pobre para referirse al Poder
Omnipotente…
J.B.: Claro. Es un nombre
inapropiado para referirse a una parte de la divinidad; sobreconciencia sería
mejor, si bien la mejor respuesta a lo que usted dice está en el Evangelio de
San Juan, capítulo 14, versículo 11, donde Jesús mismo dice: Creedme: yo soy el
Padre y el Padre está en mí.
A.A.: ¿Cree usted que cualquier
compositor que ingrese a ese trance podría crear como usted?J.B.: Jesús
responde en el mismo capítulo, versículo 10: El Padre que está en mí es quien
hace las obras; y en el doce agrega: el que crea en mí hará las obras que yo
hago, y aún mayores obras hará. Estas son algunas de las propuestas más
relevantes de Jesús, y son las que ignora la iglesia ortodoxa.
A.A.: Pero Doctor Brahms, ¿qué
tiene que ver la divinidad de Jesús con la forma en la que usted siente
inspiración?
J.B.: Los poderes de los que los
grandes compositores como Mozart, Schubert, Bach y Beethoven extraen su
inspiración, es el mismo poder que permitió a Jesús realizar sus milagros. Los
llamamos Dios, Omnipotencia, Divinidad, Creador. Schubert lo llamaba die
Almacht. Pero, como pregunta Shakespeare, ¿qué hay en un nombre? Es el poder
que creó al mundo y el universo. Y ese enorme nazareno ebrio de Dios nos enseñó
que podemos apropiarnos de él para nuestra propia edificación, aquí y ahora, y
a la vez para alcanzar la vida eterna. Jesús mismo lo dice: Pedid y se os
concederá; buscad y encontraréis; tocad la puerta y se os abrirá. Jesús es el
gran ejemplo: Él dice eso porque lo sabe; Él es la prueba de que nosotros
también podemos, como Él, acercarnos a Dios…
A.A.: Entonces: ¿no cree usted
que Jesús fuese el hijo de Dios?
J.B.: Claro que lo creo; todos
somos los hijos de Dios, pues no podríamos tener otro origen. La gran
diferencia entre Él y nosotros, mortales ordinarios, es que Él se apropió más
de la divinidad que el resto de los hombres.
J.J.: Me encanta que emplee
usted, Johannes, el verbo “apropiar” (aneignen). Me recuerda a Lao-Tsé, que se
refirió a un poder omnipotente como el “Espíritu” quinientos años antes que
Jesús. Lao-Tsé decía: “No podíamos definir al Espíritu, pero nos podemos
apropiar de él”
J.B.: ¡Desde luego! Cuando
compongo siento que me apropio del mismo espíritu al que Jesús se refirió
tantas veces.
J.J.: Bulwer-Lytton me dio en
1853 un poema de Lao-Tsé sobre esa apropiación. Me dice que algunos
investigadores creen que es un poema de origen hindú, otros que es egipcio y
que otros sospechan que es de Zoroastro. Se titula “La afirmación del Yo”:
Todo lo necesario está cerca de
ti.Dios es la provisión total.Confía, ten fe, luego escucha.Atrévete a afirmar
el Yo.
El poder está dentro de ti y a tu
alrededor,Sostén tu mirada en la luz.Nada puede derrotarA aquel que ha afirmado
el Yo.
J.B.: ¡Fascinante! ¡Qué fórmula
concisa y contundente! ¡Y qué acorde con el propio precepto de Jesús, revelado
en el Padre Nuestro, en el que encontramos las siete afirmaciones! Siempre he
encontrado que, a la hora de componer, una afirmación es mucho más efectiva que
una mera solicitud de inspiración. En este punto, Brahms se dirigió al piano y
golpeó tres acordes enérgicos en do mayor, después de lo cual exclamó:
J.B.: He aquí mi opinión sobre
ese poema.
A.A.: Doctor Brahms, ¿qué
porcentaje de los compositores actuales cree usted que estén en contacto con la Divinidad ?
J.B.: Mi experiencia me dice que
no más del dos por ciento. Me baso en esta estimación en la enorme cantidad de
manuscritos que se me envían. Nunca leo más que algunos dignos de consideración
que eligen para mí dos compositores de talento, graduados del Conservatorio de
Viena, a los que he enseñado a separar la paja del grano. Algunos tienen ideas,
pero carecen de estructura; otros la tienen, pero carecen de inspiración. Por
ejemplo, Antón Rubinstein es un pianista gigantesco cuyo arte siempre me llenó
de asombro. Pero como compositor es definitivamente de tercero o cuarto orden.
Carece de oficio. Tiene el don de la melodía y sus ideas a veces son
inspiradas, pero sus obras mayores están mal construidas. Escribió óperas y
oratorios y conciertos y sinfonías, pero puedo predecir que nada de eso se tocará
cincuenta años después de su muerte, a causa del bajo nivel de su oficio. Y
Bungert, que se cree un nuevo Wagner, ve su Odisea montada por Nikish,
Weintgartner y Richter, pero yo aseguro que su obra caerá en el olvido más
pronto que la de Rubinstein que a fin de cuentas escribió hermosas melodías.
¡Qué acertada profecía la de
Brahms! En la última década del siglo diecinueve el nombre de Bungert aparecía
en todo programa sinfónico, y cuando yo dejé Europa en 1918 ya se le había
olvidado totalmente. Por lo que toca a Rubinstein, ninguna de las ciento
diecinueve obras que cataloga Groves en su Diccionario, sobrevive en el
repertorio sinfónico u operístico. En abril de 1914 asistí a una representación
de El Demonio en la ópera de Moscú, acompañando a Rachamaninoff y a Scriabin.
Ambos estuvieron de acuerdo en que había hermosos temas, pero deploraron la
débil estructura. Les comenté lo dicho por Brahms dieciocho años antes y se
mostraron complacidos
J.J.: La mejor definición del
genio que conozco es la de Carlyle: “La capacidad trascendente para asumir
problemas”.
J.B.: Es al mismo tiempo la peor
de las definiciones, puesto que, si fuera verdad, cualquier mediocre armado de
paciencia podría convertirse en Bach o en Beethoven.
J.J.: O en Liszt o en Paganini.
El genio, como yo lo concibo, es lo contrario: la capacidad para lograr con
facilidad lo que no puede lograr el mero talento. ¿Cuál es entonces su
definición, Johannes?
J.B.: Está en las Santas
Escrituras que ya recordamos antes, en Juan 14:10: El Padre que está en mi hace
las obras. El verdadero genio se alimenta de la infinita Fuente de Sabiduría,
de Inspiración y Poder, como lo hicieron Milton y Beethoven. Esa es, a mi
parecer, la mejor definición del genio. Jesús es el más grande genio espiritual
del mundo y estaba consciente de estarse apropiando del verdadero origen del
poder como nadie lo había hecho. Beethoven y Milton sabían que abrevaban de la
misma fuente, aunque en una gradación menor. Todo es cosa de grados.
J.J.: Haydn también lo sabía.
Para él, componer era un ritual, una forma de veneración. Se vestía con sus
mejores ropas antes de comenzar, diciendo: “Tengo una cita con Dios. Debo
vestirme apropiadamente.”
A.A.: Bach, Beethoven y Mozart
tuvieron que pasar por una exaltación semejante al componer.
J.B.: Ellos fueron siempre mucho
más inspirados de lo que yo fui. Tenían, sobre todo, un flujo melódico mucho
más fácil y espontáneo. Schubert también.
J.J.: Pero Bülow declaró que la
habilidad arquitectónica suya, Johannes, supera a la de ellos, y estoy de
acuerdo. La estructura de sus sinfonías carece de paralelo en la literatura
sinfónica y el final de la
Cuarta siempre me llena de asombro y admiración; ¡y la
ternura y el color del segundo concierto para piano! Adoro el de Beethoven en
mi bemol en la que da al piano un tratamiento más heroico y virtuoso, ¡pero,
para mí, el suyo en si bemol se lleva la palma! Lo considero el más grande
concierto para piano. Cierto, es mas una sinfonía con piano obligato que un concierto,
pero es una de las obras maestras en materia de sinfonías de nuestro siglo…
J.B.: Mi Concierto para violín es
también más una sinfonía que un concierto si bien, claro, como el piano es mi
instrumento, le otorgué una adecuación superior a la que le di al violín.
J.J.: A pesar de los problemas
violinísticos del Concierto, se hará más popular con los años; es música
altamente inspiracional. Le concedo que Mozart y Beethoven hayan tenido un
mejor flujo melódico que usted, Johannes, y aún así, la invención temática de
usted no precisa de apologías. No hay prueba mayor que la de hacer llorar al
público, ¡y con que frecuencia he visto lágrimas en el público, con el cello
obligato del andante en el Concierto en si bemol para piano!
J.B.: Pasarán cincuenta años
antes de que mi música encuentre el lugar que le corresponde en la historia.
Bach murió en 1750 y estuvo completamente olvidado hasta que Mendelssohn lo
revivió, setenta y cinco años más tarde. Y pasaron más de cien antes de que
Joachim popularizara sus monumentales obras para violín, lo mismo que el
concierto de Beethoven, olvidado cincuenta años. No hay composición que haya
sido más envilecida en nuestros días que mi Concierto para violín. Los
empresarios contratan a Joachim con la condición de que no lo toque. He puesto
vino nuevo en odres viejos y los filisteos no me lo perdonan. Sé que el
concierto encontrará su sitio, pero no será sino hasta dentro de cincuenta
años, lo mismo que muchas otras de mis obras, Por lo cual, debo pedirle,
querido señor Abell, que me dé su palabra de honor de que no publicará esta
charla hasta que hayan transcurrido cincuenta años de mi muerte.
A.A.: ¡Cincuenta años! ¿Por qué
esperar tanto? ¡No estaré vivo entonces y el material se habrá perdido!
J.B.: De ninguna manera. Prepare
usted el manuscrito y disponga que se publique en caso de su muerte. No tengo
objeciones a su publicación, pero ya le he explicado mis razones para que así
sea.
Con la mayor tristeza acepté
finalmente la condición. Joachim no se hallaba particularmente sorprendido por
ella, acostumbrado a sus ocurrencias. Joachim y yo nos despedimos y dejamos con
tristeza al gran compositor en su casa. Murió meses después.
SUBLIME.
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