miércoles, 21 de abril de 2010

Gerardo Diego y la música

Más allá de lo político e ideológico, Gerardo Diego fue uno de los poetas españoles fundamentales del siglo XX.  Era conocida la melomanía de este ilustre escritor; pasión por la música que se evidencia en cuatro poemas - entre los más bellos- escritos sobre la música y los músicos: Preludio, aria y coda a Gabriel Fauré, Estoy oyendo cantar a un mirlo, Revelación de Mozart y Los árboles de Granada a Manuel de Falla. 

De Preludio, aria y coda a Gabriel Fauré me conmueve estos versos escogidos esta mañana: 

Oh música anunciada que la noche esclareces,
noche tú misma ubérrima de estrellas y de pulsos,
oh donación sin límites en que Dios se recrea,
oh divina entre las clausulas humanas.

Fue en un principio el ruido. Los rayos y las piedras
no hallaban sus aristas de eficaz geometría.
Era el agua un problema de sólida maraña
y el caos bostezaba su gañido espanto. 

El silencio es padre de la niña armonía.
El la engendra y la cría en sus puras entrañas.
Aplicad el oído a la piel de la música.
Detrás de la sonata late el silencio cósmico.

Canta el hombre angustiado a su destino en la tierra,
canta para espantar el miedo de los astros.
La mudez es el solo, perdurable estatuto.
Del preludio a la fuga corre un escalofrío. 

Y qué decir de ese hermoso y hondo poema que es Estoy oyendo cantar a un mirlo. Donde la admiración por Chopin logra transfigurarse en la metáfora de la fragilidad y en sus extremos incomprensibles. Aquí los primeros versos:

Estoy oyendo cantar a un mirlo.
Canta el mirlo perchado allá arriba en el cedro.
Canta el mirlo escondido en el paraíso terrenal.
Adán y Eva gozaron de ese mismo mirlo
que me vierte gotas, perlas de siglos deshiladas en música sin nubes.

Estoy oyendo cantar a un mirlo.
Estoy oyendo cantar al mirlo de mil novecientos cinco
en el magnolio de lustrosas hojas
que brillan a la luz como sus plumas.
Estoy oyéndole cantar detrás de éste, dentro de este.
     o uno?                                                 (¿Dos
Se llamaba Wolfgang. No. Se llamaba Franz.
No. ¿Se llamaba Mirlo, Merle, Merlín? No. Se llamaba
-negro en verde como mirlo en magnolio, como seis
                                                                (letras
mayúsculas en cuaderno de música-,
se llamaba Chopin. 

Pero en Revelación de  Mozart, Gererdo Diego logra penetrar desde la poesía en varias instancias del "misterio Mozart", llegando a construir un fresco de múltiples matices sobre la vida y obra del gran músico austriaco. Así, al inicio de extenso poema se lee:

Todo es divina superficie, todo
humanidad profunda. Mozart vivo,
pintura vegetal, hoja aplicada
a una pared, él y el misterio
del vacío infinito. Y una línea
-bisel cortante- en ángulo quebrada
que es un perfil de espejo metafísico.
Nadie intente salvar esa frontera
entre la plenitud y el lienzo puro
o la nada. Los dos orbes eternos,
la vida y lo que nunca nacería. 

Y más adelante, en la medida que el poema toma cuerpo, Gerardo Diego llega ingresar al corazón de lo que late en la esencia de la poética mozartiana:

Rocas, fontanas, plazas de Salzburgo
de la octava del Corpus. Un sol lírico
calienta en los jardines del palacio
las casi negras máscaras mortuorias
que fingen enormes pensamientos
entre los jaspeados y amarillos.
También la tierra piensa, piensa y canta,
y sus muertos se asoman a la vida
a gozar de este sol, oro de música,
y a oír cantar los mirlos y los niños.
La tierra, el ruiseñor, el niño, el muerto
cantan sobre la orquesta que hace el rio,
cantan, miran y piensan. Tal la vida
se enreda con la nada y doce tonos
modulan de uno en otro sus mensajes
-color melancolía, matiz gloria,
tinte desmayo, iris esperanza-.
No olvida, no, la música. Ella cree. 

Y al final  de la travesía morzartiana, poeta llega revelar al Mozart que todos intuimos pero que nuestra mísera palabra es capaz de nombrar:

Música desde el cielo para el hombre
en su medida clásica y divina,
revelación herida en el costado,
oh Mozart mío, de ese tu universo
que es el regazo puro-los timbales
de tu agonía ya alejaron truenos,
ya el azul restaurado de Salzburgo
celeste es el celeste novísimo-
universos o regazo revelado,
el estado de gracia, el ser de gracia,
prenda de salvación por el retorno
es espiral al mástil del no olvido. 

Elegía para violonchelo y orquesta Op 24. Gabriel Fauré. Violonchelo: Yo Yo Ma



Estudio Op 25 Número 11. Frederic Chopin. Piano: Valentina Lisitsa



Adagio y fuga en do menor KV 546. W. A. Mozart



Larghetto- Cuarteto para piano número 2 KV 593 en si bemol mayor. W. A. Mozart.Las alturas de una belleza que fue capaz de crearse en la tierra.

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